La toponimia y el origen histórico de San Bartolomé de las Abiertas presentan ciertas dificultades. El término lingüístico presupone, para mal de los jocosos, una única elipsis; se entendería mejor sin ella: San Bartolomé de las tierras Abiertas.
Administrativamente, San Bartolomé de las Abiertas es la unión de dos poblaciones, San Bartolomé y Las Abiertas. Hoy, en Derecho, hablaríamos de mancomunidad, de un ayuntamiento y su pedanía. Pero todo fue más sencillo: esta unión se produce como consecuencia de la decadencia de una de ellas, que lleva, primero, a una migración de la mayoría de sus gentes a la otra y, por fin, a su abandono y desaparición.
San Bartolomé de las Abiertas se encuentra situado en el centro de la mitad oeste de la provincia de Toledo, de cuya capital dista 75 kilómetros. Pertenece a la comarca de La Jara. Los ríos Sangrera y Pusa enmarcan su territorio, de 57 kilómetros cuadrados. Talavera de la Reina es la cabeza de su partido judicial, pero también destino principal en lo administrativo, sanitario y, sobre todo, comercial.
Su clima es mediterráneo, condicionado por la continentalidad de la meseta (el pueblo se halla a 554 metros de altitud sobre el nivel del mar). Se caracteriza por veranos secos y calurosos e inviernos fríos; el mayor índice de precipitaciones se da en otoño y en primavera. Las máximas y mínimas absolutas rondan los 40º y los – 3º o –4º.
Parte de sus rañas, monte bajo, fueron convertidas, tras sucesivas roturaciones, en zonas de cultivo. Las características edáficas de sus tierras hacen que los más apropiados y extendidos cultivos sean los de cereal y olivo.
Aun en declive, según los expertos, la nuestra es tierra de caza, sobre todo de liebres, conejos, perdices, palomas y zorzales.
El Ayuntamiento tiene su sede en la Casa Curato. Lo rigen siete concejales. Además de las oficinas municipales, el Ayuntamiento cuenta con una Biblioteca, Centro Social, Casa de la Cultura y Centro Médico.
Nuestro colegio consta de un aula de Infantil y tres de Primaria, y está integrado en el CRA (Centro Rural Agrupado) Río Pusa, con sede en San Martín de Pusa. Durante el periodo escolar, nuestros chavales complementan su formación, en horario de tarde, en la Ludoteca.
Nuestro pueblo está hermanado con el municipio francés de Lavernose – Lacasse. El protocolo de hermanamiento fue firmado por sendos alcaldes el 22 de agosto de 2014.
San Bartolomé de las Abiertas tiene una población de 548 habitantes.
SAN BARTOLOME
Siguiendo la providencia dictada por Felipe II, que tenía como objetivo las Relaciones (estudio) de los pueblos de su reino, o sea, los aspectos geográficos e históricos de ellos, el primero de abril de 1566 (¡¡¡) son nombrados como hombres hábiles para declarar sobre el lugar de San Bartolomé, sin dexar cosa encubierta que convenga a lo que su majestad manda, el alcalde Fabián Martín y los vecinos Juan Fernández Bravo, Mateo Hernández y Andrés García.
Es éste documento fundamental, que comprende una declaración en cuarenta y cuatro capítulos que resumiremos así:
- Este lugar debe su nombre a que los fundadores lo echaron a suertes entre varios santos y el agraciado fue San Bartolomé.
- Los fundadores fueron Ginés Martín, Francisco Martín de Sancha y Diego Aguado. Dicha fundación se produjo hace como cincuenta años, de lo que se deduce que podemos situarla en la segunda década del siglo XVI.
- Dicho lugar está en Castilla y en el reino de Toledo. Es aldea y jurisdicción de la villa de Talavera, a cuyo ayuntamiento van en apelación primera, y a Granada, Madrid o Valladolid, en instancias superiores, si el negocio lo requiere. En lo eclesiástico, dicho lugar pertenece al arzobispado de Toledo.
- Desde este lugar hay tres leguas a la villa de Talavera. El lugar más cercano, al este, es el de Las Abiertas, a media legua buena. Hacia poniente el lugar más cercano es Alcaudete, a dos leguas grandes. Legua y media al norte está el lugar de La Puebla Nueva y legua y media al mediodía está Santa Ana.
- Resulta curiosa la precisión con la que afirman que la distancia desde San Bartolomé al mar es de setenta leguas, poco más o menos, pues las distancias mínimas reales desde este término a las costas de norte, sur, este y oeste, Llanes en Asturias, Málaga capital, Sagunto en Valencia y Figueira da Foz (en Portugal, cerca de Coimbra) no tendrían un margen de error superior a quince o veinte kilómetros, respecto a lo afirmado por los declarantes. Tres de ellos, como se ve al final del documento, no sabían firmar, pero como imaginar es fácil y barato, ¿no podemos suponerlos expertos en el manejo de brújulas, astrolabios y esferas armilares, navegando por los siete mares o compartiendo pesares y gloria, en la escuadra de don Juan de Austria, con un tal Miguel de Cervantes?
- Es lugar falto de agua. A media legua hay dos ríos, más bien dos arroyos, Baharil y Pusa, a los que van a la molienda; cuando la sequía estival lo impide van a moler al Tajo. Gastan y beben agua de pozos.
- Se cultiva trigo y cebada y existen ganados de ovejas y cabras. De lo que más falta tienen en el lugar es de vino, pescado y aceite, proveyéndose de ellos en Talavera.
- Su tierra es airosa, alta y con piedras chicas y el pueblo, llano.
- Las casas del lugar son bajas, de tres tapias, cubiertas con tejas o retamas. (No hemos de interpretar tapia en el sentido de tapial, sino como una unidad de superficie, variable, que estaría en torno a los cincuenta pies cuadrados. Teniendo en cuenta que la unidad de longitud pie también era y es variable, pero dando como aceptable la igualdad 1 pie = 0,3 metros y presuponiendo una altura de la casa ligeramente superior a los 2 metros, nos dará una longitud de fachada en torno a los 6 metros y una superficie de la casa en torno a los 36 metros cuadrados).
- Hay unos setenta vecinos y nunca tuvo más. Dichos vecinos viven de labrar por pan y de algunos ganados. Viven en este lugar dos hidalgos que gozan de ciertos privilegios y que sufren, es de suponer, de no tenerlos mayores, en razón de la medianía de su cuna. La mayor parte de la gente es pobre, aunque cinco o seis labradores no pasan las necesidades de los demás.
- De dichas declaraciones se deduce que existía una figura similar al actual juez de paz, nombrado por el concejo, a orden del corregidor de Talavera, ante el que da cuenta. Para lo eclesiástico se responde ante el arzobispado de Toledo, aunque dichos asuntos pueden despacharse en la delegación de Talavera.
- Había alcalde, dos regidores, un alguacil, un mayordomo del concejo y un escribano. Hemos de tener en cuenta que el alguacil de entonces era una especie de agente judicial menor, una figura como la señalada líneas arriba; el concepto que hoy tenemos de alguacil correspondería con el mayordomo del concejo señalado en el documento. La función pública local no estaba muy bien recompensada en el siglo XVI, pues no cobraban salario alguno en razón de su oficio, sino unas dietas los días que se ocupaban en cuentas del concejo. Acaso era el escribano, que vendría a ser lo que hoy es el secretario del ayuntamiento, el que salía mejor parado, con un fijo de 25 reales anuales, más las nombradas dietas, de 2 reales; a cambio llevaba los asuntos de tienda y taberna y carnicería y paneros y elaboraba pregones: ¡Bien reñidos han estado casi siempre dineros y escritura, menos cuando ambos han sido asunto de notarios!
LAS ABIERTAS
La declaración de la Relación de Las Abiertas, en líneas generales, sigue un esquema similar a la de San Bartolomé. Los declarantes son preguntados por el origen del nombre del lugar, año de su fundación, límites, población, vivienda, sustento, justicia, advocaciones… Dichos declarantes, según se señala en el encabezamiento, son Juan González (el viejo) y Diego Sánchez (el viejo) y la fecha de la declaración es la del 4 de abril de 1576.
Resumimos tal documento:
- El nombre del lugar se debe a que está situado en espacio despejado y llano, en tierras abiertas. Parece que una de las razones por la que se empezó a poblar fue el estar situado en el camino que iba desde San Martín de Valdepusa a Talavera.
- Su fundación fue hace como más de ochenta años, luego debemos situarla a finales del siglo XV. Los fundadores fueron Rodrigo Alonso y Martín Hernández, provenientes de Cazalegas y San Martín.
- Está en el reino de Toledo, es jurisdicción de la villa de Talavera y en lo eclesiástico pertenece al arzobispado de Toledo. Como en el caso de San Bartolomé, los pleitos se dirimen en Talavera, Granada y Valladolid, según su importancia o necesidad de apelación.
- Al este se encuentra Malpica, a dos leguas grandes; a su mediodía está Santa Ana, a dos leguas pequeñas; en la parte de poniente, a media legua, se encuentra San Bartolomé (de la Raña) y al norte está la Puebla Nueva, a una legua pequeña.
- Este lugar se asienta la mitad en un llano y la otra mitad en un valle. Es tierra sana, donde no hace mucho frío y apenas nieva.
- Se proveen de leña en un monte cercano, aunque a veces van a buscarla a la sierra de Espinoso, donde hay leña harta.
- Es tierra de poca caza y la que hay es de conejos, perdices y liebres.
- Para la molienda , sus gentes van algunas veces a la aceña de la dehesa de Valdepusa y otras a molinos del Tajo, como el de Cebolla, para lo cual pasan el río en barca.
- Este lugar tiene bastante agua para beber y para los ganados, tanto de fuentes como de pozos y charcos manantiales.
- Es tierra de labranza de pan, hay algunas pocas heredades de majuelos y algunos ganados de ovejas, cabras, puercos y vacas.
- La iglesia de este lugar se llama Santa Marina y es iglesia pequeña.
- Hay casas bajas de tierra (adobe) y otras están dobladas, de fábrica de cal y ladrillo, de los que se proveen en La Puebla Nueva y El Corrizo, respectivamente; la madera la traen de Talavera y tal madera proviene, fundamentalmente, de Arenas.
- Dicho lugar tiene como treinta y tantos vecinos, poco más o menos (y nunca tuvo más). La mayor parte de los vecinos son labradores y otros son jornaleros, y siembran pegujares para se sustentar. (El término pegujar está en desuso. Se emplea pegujal: pequeña porción de siembra; a menudo es la pequeña porción que el dueño de la finca cede al guarda o al encargado de la misma para que la cultive por su cuenta como parte de su remuneración).
- Hay un alcalde, un alguacil, un mayordomo de concejo y dos regidores y ninguno de ellos lleva salario por su oficio. Al escribano le pagan sus derechos por arancel real, cobra la tarifa correspondiente a la faena realizada.
- Existe en el lugar una dehesa boyal, como para quinientas cabezas de ganado menor, aunque, por otra parte, pueden aprovecharse de los alijares de la tierra de Talavera.
- Se votó guardar y se guarda la fiesta de San Bartolomé, para que proteja los frutos, pues tal día de hace cinco años (1570) cayó fuerte pedrisco y desde entonces el santo los guarda.
- Hemos dejado para el final el capítulo 42 de las declaraciones en la dicha Relación. Puro ascetismo castellano, determinismo, simple resignación o inocente candidez, los declarantes afirman, y nosotros copiamos de forma literal, que algunos vecinos hay ricos, y otros hay pobres, y otros hay que no son ricos ni son pobres.
CONSIDERACIONES SOBRE LAS RELACIONES DE FELIPE II. EL CASO DE LAS DE SAN BARTOLOMÉ Y LAS ABIERTAS
Dichas Relaciones se conocen como Relaciones topográficas de los pueblos de España, hechas de orden de Felipe II o Relaciones histórico – geográficas de los pueblos de España, por iniciativa de Felipe II. Individualmente, cada uno de los títulos es parcial, y aun sumados. Si la historiografía tiende a simplificar, nosotros no hemos de ser menos: bástenos con Relaciones.
En ellas se pretendía una descripción de las poblaciones del reino. Topografía, historia, geografía, pero también economía, demografía y sociología; en definitiva, control burocrático y, al fin, su fin: control fiscal.
En principio el rey reclama a los obispos su colaboración para tal faena en 1574, pero ni éstos ni los párrocos debieron de hacer un trabajo aceptable para el monarca y sus burócratas, puesto que tal estudio no llega ni siquiera a imprimirse.
Visto el fracaso del estamento eclesial, Felipe II dicta una orden en octubre de 1575 al civil. El resultado son las Relaciones de 1576. Tampoco quedó muy satisfecho esta vez el dueño del imperio siempre al sol y en agosto de 1578 dicta otra orden para que se mejoren y completen las Relaciones de 1576.
Aquel triple empeño tuvo un final agridulce. Agrio, es de suponer, para el todopoderoso Felipe, pues el estudio en la península se limitó a Madrid, Guadalajara, Toledo, Cuenca, Ciudad Real y, en menor medida, a Murcia, Jaén y Cáceres, y dulce para los bartolos, pues fuimos objeto de estudio no sólo en las Relaciones de 1576, sino también en las de 1578.
Para las Relaciones de San Bartolomé hemos seguido las transcritas en Relaciones histórico – geográfico – estadísticas de los pueblos de España hechas por Felipe II, de Carmelo Viñas y Ramón Paz (1951) ; para las de Las Abiertas, las transcritas en Fuentes para la Historia de Toledo y su provincia a finales del Antiguo Régimen, de María del Carmen Fernández Hidalgo y Mariano García Ruipérez (1988). Nos referimos en ambos casos a las Relaciones de 1576.
En las dos Relaciones encontramos errores o contradicciones, que pueden deberse a transcripciones inexactas de los documentos originales, al deseo de traducirlas a una lengua más acorde a los tiempos o a erratas en origen. No siempre es fácil el acceso a los originales y, a veces, se confía en copias de las copias. También en la vida real y diaria un suceso banal o un delito menor se convierten a menudo, tras varias hipérboles de los relatores, en un grave suceso o en el peor de los delitos: quien robó una gallina puede acabar siendo asesino de su dueño.
Una simple ojeada al encabezamiento de las dos Relaciones nos lleva a dudar, por su ilógica. La Relación de San Bartolomé está datada el primero de abril de 1566 y la de Las Abiertas, en cuatro días del mes de abril de 1576, o sea, diez años más tarde. Aun suponiendo que no sepamos que el año correcto en ambos casos es 1576, ¿no se nos haría extraño lo amplio del tiempo entre una declaración y la otra, teniendo en cuenta que ambos lugares estaban a poco más de media hora de camino y que, aunque estuviera presente o no en las declaraciones, algún mandado del corregidor de Talavera debió de llevar la orden del rey para que se cumpliera con apremio?
Diez años no son nada. O sí. Los bartolos estaríamos a punto de celebrar la efeméride de nuestro quinto centenario y, sin embargo, habremos de esperar. Y nuestros ilustres antepasados no estarían esperando aún cinco años la gesta de Lepanto (1571), sino que llevarían otros tantos de vuelta a su aldea.
Tan curioso, al menos, como el anterior resulta cierto error en las Relaciones de Las Abiertas. En el encabezamiento leemos que los citados a declarar son Juan González, el viejo, y Diego Sánchez, el viejo, pero por arte de birlibirloque el tal Juan González se convierte en el momento de su no firma, pues no sabía firmar, en Juan Gutiérrez.
La interpretación de ambas Relaciones lleva a suponer, por lo general, incluido Jiménez de Gregorio, que el declive y posterior desaparición de Las Abiertas se deben a que dicho lugar era en extremo pobre, pero la comparación entre ambas declaraciones nos llevaría a concluir que el lugar de Las Abiertas tenía más posibilidades de subsistencia que el de San Bartolomé: por su situación, por la mayor presencia de agua o por la mejor fábrica de sus casas.
Es de resaltar la imposibilidad material de situar con exactitud a Las Abiertas, a tenor de lo declarado en dichas Relaciones.
Por otra parte, resulta curiosa la común advocación en ambos lugares a San Bartolomé, aunque la iglesia de Las Abiertas remite a una segunda advocación: Santa Marina.
En dichas Relaciones observamos que la población de San Bartolomé doblaba la de Las Abiertas, habiendo 70 y 34 o 35 vecinos, respectivamente.
En 1576, nada tenía que ver el concepto de vecino con el actual. Antaño, hasta bien mediado el siglo XVIII, el vecino es una unidad que podemos considerar más económica que demográfica, en absoluto equiparable al concepto habitante. Un vecino es un hogar, lo que en diversas zonas de España y en diversos censos y catastros se denominaba fuego. Hemos de hacer una extrapolación y aplicar un coeficiente, conocido el número de vecinos, para saber más o menos el número de habitantes, o sea, el número total de personas que viven en la población, tributen o no.
El coeficiente sería una cifra que establezca la relación vecino / habitante. Bastaría multiplicar por dicha cifra el número de vecinos para hallar el de habitantes. Para la población del siglo que nos ocupa y hasta mediados del siglo XVIII, diversos autores utilizan diversos coeficientes, en una horquilla que va del 3, 5 al 6, aunque el más extendido sea el 4.
Para dicho coeficiente, la población en 1576 sería en Las Abiertas y en San Bartolomé de 140 y 280 habitantes, respectivamente. Pero hecha la salvedad de que era norma común el manifestar tener los menos vecinos posibles, puesto que las cargas fiscales eran proporcionales al número declarado, quizás el coeficiente habría de ascenderse al 5, lo que nos daría 175 habitantes para Las Abiertas y 350 para San Bartolomé. Por supuesto que todo dependería de lo prolífico de los bartolos y hasta de que el cura viviera solo (las menos de las veces) o lo hiciera con algún familiar, ama y criados.
LA CRISIS DEL SIGLO XVII. EL SIGLO XVIII
Durante el siglo XVII, España va a sufrir una crisis económica, demográfica y política que Felipe III, Felipe IV, Carlos II y todos sus validos van a ser incapaces de enfrentar y atajar. Dicha decadencia no empezará a remitir hasta mediados del siglo XVIII, gracias a capaces ilustrados.
Ciertamente, en las épocas de crisis la administración se paraliza o se ejerce a impulsos y borbotones. Antaño y hogaño, en la consciencia de que todo tiene un final, el poder vela el malpasar, oculta el declive y promete la recuperación. A menudo se escamotean los datos o se manipulan, no se ofrecen o, simplemente, no se buscan. Toda crisis, al fin, resulta un tiempo oscuro. Esa oscuridad implica una mengua en la documentación de la época. Nuestro pueblo no va a ser una excepción a dicha generalidad. Habremos de referirnos a intuiciones y extrapolaciones.
Pongamos, por ejemplo, el acento en el caso de la población: a lo largo del siglo XVII España pierde en torno al 25% de ella, según Juan Reglá, de lo que inferimos que el número de habitantes resultante de la suma de nuestros dos lugares fundacionales estaría en torno a 300 o 400, según apliquemos el coeficiente 4 o el 5.
La emigración a América y la expulsión de los moriscos son causas de este descenso, pero causas menores. Las mayores habría que buscarlas en las guerras, en las pestes y, sobre todo, en la puñetera hambre.
En el plano económico, en cuanto al campesinado, que es lo que atañía a nuestros antepasados, el desastre fue mayúsculo. Los campesinos, en tiempos de Felipe IV (1621 – 1665) estaban sujetos a unas restricciones ciertamente ruinosas. Cada año se fijaba el precio del trigo en un tope máximo, por encima del cual estaba prohibido venderlo o exportarlo. Los labradores más pudientes, los menos en general y los menos en nuestras Relaciones, solían comprar a los labradores pobres, los más, el grano, sobre todo cuando la cosecha era deficitaria. Esta minoría almacenaba el género en sus graneros, especulaba y acaba vendiéndolo a precio de oro, a menudo con la connivencia de las autoridades y saltándose lo dictado por el rey, al consumidor, que era el gran perjudicado, junto a aquella mayoría de pequeños productores. ¡Como se ve, nada nuevo bajo el sol!
Para R. Trevor Davies, en su magnífico libro La decadencia española: 1621 – 1700, a este cataclismo económico, que provocó el abandono de muchas tierras, no siguió en igual medida el descenso en el número de habitantes, lo que hubiera supuesto una catástrofe. La mengua en la población se acercaría a lo ya señalado por Reglá. (Hemos de resaltar la coincidencia entre ambos historiadores; máxime, teniendo en cuenta que no existían censos desde los tiempos de Felipe II).
En cualquier caso, es fácil imaginar el esfuerzo, y hasta el mérito, con que nuestros ascendientes debieron soportar penurias, desgracias, enfermedades, guerras y hambrunas terribles e interminables. Tengamos en cuenta que las crisis cercanas, desde la de 1929 a la actual, vienen a durar una década y las de tres, cuatro o cinco siglos atrás podían llegar a durar una centuria.
En opinión de Jiménez De Gregorio, la población de San Bartolomé en 1646 sería de 27 vecinos. De ser cierto ese dato, vemos que la mengua, respecto a 1576, seria de 43 vecinos, o sea, en torno al 60%, bastante más del doble del descenso general en el reino (25%). La población de Las Abiertas habría sufrido similar mengua.
A lo largo del siglo XVIII, la población de San Bartolomé casi se dobla, pasando de 48 vecinos en su inicio a 100 a finales. En el catastro de Ensenada (1752) se cifra la población en 63 vecinos, entre los que había un cura, un cirujano, ochenta y cinco jornaleros, sastre, tejedor, un albañil y tres herreros. A mitad de este siglo, el lugar de Las Abiertas está a punto de su desaparición: apenas quedan dos casas en pie; su declive, sin duda, es causa del aumento de población de San Bartolomé.
En 1782, para las Descripciones del cardenal Lorenzana, el cura propio, Esteban De Gaicoechea, da para nuestra aldea una población de 100 vecinos. Así continúa su relato: los medios de producción son los tradicionales; las tierras que labran los vecinos están en torno a las 600 fanegas, perteneciendo la mayoría de ellas a mayorazgos de los nobles o a la Iglesia; no existe maestro de primeras letras, por carecer de fondos para una moderada dotación; de fiebres tercianas o cuartanas, dolores de costado y tabardillos (tifus) suelen fallecer tres o cuatro personas al año; más letales resultan la viruela y el sarampión, que suelen causar estragos en los niños de tierna edad.
EL SIGLO XIX
El siglo XIX es época convulsa. Empieza con la invasión francesa y la guerra de la Independencia, sigue con las tres guerras carlistas, que en realidad son una auténtica guerra civil en tres actos, y termina con el desastre del 98.
El 8 de agosto de 1808 la Junta (de Defensa) de Toledo ordena el alistamiento de toda la provincia. Tras una encendida proclama, en el amor a nuestro inocente y desgraciado (¡bien que lo fue, en otro sentido!) Fernando el VII, y en el odio contra el impío y pérfido Napoleón, se ordena se forme en cada pueblo un padrón en el que se comprehenderán todos los varones avecindados, desde la edad de 16 a 40 años cumplidos. En dicho padrón debe anotarse la edad, estatura y estado civil.
El cumplimiento de dicha orden, en San Bartolomé de las Abiertas, está fechado el 26 de agosto de 1808. En la franja de edad señalada, nos encontramos con que en nuestro lugar había 45 solteros y viudos sin hijos, 10 casados sin hijos, 37 casados y viudos con hijos, y 10 que ya han servido en armas.
El padrón de Pascual Madoz, titulado, en realidad, Diccionario Geográfico – Estadístico – Histórico de España y sus posesiones de ultramar (1845 – 1850), es muy exhaustivo. Resumimos lo señalado en el mismo para San Bartolomé de las Abiertas:
- Ayuntamiento de la provincia y diócesis de Toledo, partido judicial de Talavera de la Reina; le corresponde la Audiencia territorial de Madrid.
- Situado en una gran llanura, por lo que lo combaten todos los vientos. Disfruta de un clima templado y sus enfermedades más comunes son las catarrales.
- Tiene 120 casas, una sala para las sesiones del ayuntamiento, cárcel, iglesia y escuela de primera educación, dotada de fondos públicos, a la que asisten 50 niños. (Muy importante dato, pues según el propio Madoz, a mediados del siglo XIX, sólo estaba escolarizado uno de cada diez niños).
- Carece de fuentes, por lo que se sirven de aguas de pozo, bastante gruesas pero saludables.
- Entre los caseríos y labranzas destacan el despoblado de Las Abiertas, Varailes, Porquillas, los Valles, Doña Ana y Pelayos.
- El terreno es de inferior calidad, aunque le hay también bueno.
- Lo baña el arroyuelo llamado Sangrera, que corre de sur a norte, dejando el pueblo a la derecha. No se cita al Pusa.
- Se produce trigo, cebada y garbanzos; hay ganado lanar, cabrío, vacuno y de cerda, y se crían conejos, liebres y perdices.
- Su población es de 120 vecinos y 480 almas. (Obsérvese que el coeficiente vecino / habitante es exactamente 4).
- Para una renta total de 1685990 reales, los impuestos son de 43449 (un 2, 57%).
A lo largo del siglo XIX se produce un incremento de la población a nivel nacional, al que no será ajeno nuestro pueblo. Este crecimiento no se debe tanto al aumento de nacimientos, como a una considerable reducción de la mortalidad. Aun con retraso, llega la revolución industrial, en los medios de cultivo y de transporte. A ello hay que añadir los progresos de la medicina y la higiene y la interrupción temporal de la emigración a América, a causa de su emancipación.
Con toda cautela, pues la metodología en la elaboración de catastros y padrones no llega a la fiabilidad de los actuales, podemos cifrar la población de San Bartolomé de las Abiertas en 997 habitantes en 1857, y en 876 en 1873.
En el último cuarto del siglo XIX, a la Restauración (Alfonso XII y regencia de María Cristina) le cupo la gloria del fin de las guerras carlistas (1876); pero también la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, en 1898. Es de suponer el desasosiego de nuestros paisanos al constatar que la llamada de levas masivas, interrumpida tras la paz en las guerras civiles interiores, se reanuda apenas quince años más tarde, con un destino ultramarino y ultrapeligroso. Julio Pantoja Aguado (1855 – 1924), antepasado nuestro y militar de prestigio, que llegó a general de brigada, hizo parte de su carrera en Cuba.
A la Restauración se debe el intento de estabilizar el régimen político y de poner coto al desbarajuste del constitucionalismo anterior. Desde 1812 a 1869 hubo seis constituciones; la de 1876 va a regir el juego político hasta 1923. La alternancia en el poder entre conservadores y liberales es prácticamente imperativa: yo me voy, tú te pones, yo vuelvo…
En esta época se aumentan las entradas en el Diccionario, con términos como pucherazo o cesante, figura que tan bien retratará Galdós en su novela Miau. El cesante es figura urbana, pero el pucherazo es universal. En el mundo rural, y cómo no en nuestro pueblo, surge un tipo de sombra muy alargada, el cacique, auténtico heredero, en tan imperfecta democracia, del poder señorial de siglos anteriores.
Para calificar a aquella democracia de imperfecta, debemos añadir que el sufragio es restringido, ya que, según la Ley Electoral de1878, el censo lo forma todo español de edad de 25 años que sea contribuyente.
Para certificar el peso que los más pudientes tenían, no sólo en la política nacional, sino también en la local, baste con la transcripción del encabezamiento de esta acta de una sesión de nuestro ayuntamiento: En San Bartolomé de las Abiertas, a once de mayo de 1875; reunidos los Sres. que componen el Ayuntamiento y mayores contribuyentes que al margen se expresan…
En el plano económico, respecto a la agricultura, el cultivo extensivo, el predominio del latifundio, unas Desamortizaciones que van a tener como resultado el contrario del que, en principio, se perseguía, todo nos lleva, tanto a nivel nacional como local, a una constatación: la estructura agraria permanece inmutable. Así fue en el siglo XIX, como lo había sido en los siglos anteriores, y así seguirá siendo hasta la mecanización de mediados del XX y hasta los profundísimos cambios a los que nuestra agricultura se ve abocada, tras la entrada de España en la Comunidad Europea.
LOS SIGLOS XX Y XXI
Iniciamos el siglo XX. Sin acabar la digestión del 98, el país se sumerge en otro conflicto armado, el de Marruecos. Claro, que lo peor está por llegar: la Guerra Civil del 36 al 39. Es como si un fatum perverso empujara a los españoles y a los bartolos al trajín de la guerra. Nuestros antepasados aprenden a la fuerza a situar Manila, Báler, Santiago de Cuba, Puerto Rico, Larache, Tetuán, el Ebro o Brunete.
En el periodo 1900 – 1930 la población en España aumenta un 27%, a un ritmo medio de casi 170000 habitantes /año. En ese mismo periodo, en nuestro pueblo la población pasa de los 1250 habitantes en 1900 a los 1739 en 1930, un 39% de aumento. Pueden más los avances ya señalados para el siglo XIX que los desastres, las derrotas y las nuevas sinrazones.
Nuestra neutralidad en la I Guerra Mundial nos lleva a una paradoja casi endémica: la posibilidad de convertirnos en el granero de Europa y en exportador de ciertas materias primas y productos manufacturados, traerán consigo, por el contrario, el encarecimiento del coste de la vida, sobre todo en el mundo rural. El dinero que entra se desvanece en la bochornosa aventura africana. Ya, trescientos años antes, Quevedo se lamentaba de que el dinero nacido en Las Indias venía a morir a España, pero era en Génova enterrado; o sea, acababa en las arcas de los banqueros foráneos.
Se habla mucho de la catástrofe de la guerra y la posguerra, y es lógico que así sea, pues muchos de nuestros vecinos vivieron una o ambas. Pero esto no debe llevarnos a obviar el calamitoso primer cuarto del siglo XX, origen de posteriores males y maldades.
Visto con ojos actuales, parece difícil de entender que fuera una dictadura la que pusiera freno a la crisis e impulsara el desarrollo, pero así fue. Relata José María Jover: En el recuerdo de los españoles, los años de la Dictadura (1923 – 1930) quedaron, en general, como una época de paz social, de prosperidad material y de buenas carreteras; como una época, sobre todo, en que se puso fin a las guerras marroquíes. Ciertamente, la política de obras públicas fue ingente: se impulsa el desarrollo de la red ferroviaria y se acomete un importante plan de obras hidráulicas y de carreteras. En lo que a nosotros atañe, si bien no se llega a renovar a fondo el mundo campesino, ni a retocarlo siquiera, existirá una cierta compensación para nuestros hombres en la posibilidad de participar en dichas estructuras como mano de obra.
Alfonso XIII se va. España y nuestro pueblo van a vivir con dureza los siguientes veinticinco años. La Historia ha de ser objetiva, pero es muy difícil alcanzar la objetividad cuando las fuentes manan sentimientos: muy humano, por otra parte. Se duda si es más humano el relato apasionado o el convencido silencio. Los protagonistas de aquellos años cuentan o contaron lo suyo o callan o callaron lo suyo. Nuestros padres y abuelos, desde los dos extremos, el silencio o el relato, tienen o tuvieron un común deseo: que, en este caso, no se cumpla el axioma de que la Historia se repite. Estos veinticinco años los ocupan la República, la guerra civil y la posguerra.
Abril de 1931. Efectivamente, Alfonso XIII se va. Y llega la II República. Se arriba a una esperanza mayoritaria desde una espera que no lo es tanto. La I República, que apenas dura unos meses en los años 1873 y 1874, empieza mal y acaba peor: del federalismo se pasa al cantonalismo (el grito ¡Viva Cartagena! se convertirá en consuetudinario), de éste al unitarismo y de todo, al general Pavía.
Pocos periodos de nuestra Historia han provocado tanta controversia. Para algunos, la II República es una única línea que se desplaza de principio a fin tan recta como la luz, provocando una admiración excesiva o gran denuesto. Unos la ven como un intento modernizador que pretende una equiparación con las democracias occidentales y otros, como una causa cierta o como una justificación del desastre posterior. A menudo, se obvia que hubo alternancia en el poder, que desde su proclamación hasta el pronunciamiento del 36 hubo tres fases bien diferenciadas.
Respecto a los objetivos y logros alcanzados en la ciudad y el campo, una vez más, para una fue la miga y para el otro fueron las migajas. El mundo rural deseaba una Reforma Agraria; algunos políticos, incluso, la consideraron su leit – motiv. Las leyes que pretendieron impulsar y apuntalar dicha reforma, las de 1932 y 1935, fueron de signo contrario y ambas fueron contestadas ampliamente por los partidos que no las aprobaron y por ciertos maximalismos. Ambas leyes van a tener un recorrido muy corto y una aplicación en absoluto nimia e inconclusa. Así fue en San Bartolomé de las Abiertas.
En nuestro pueblo, como en toda la provincia, probablemente a rebufo de la esperanza en la reforma, se disparan las afiliaciones a los sindicatos del campo. Por ejemplo, para un total en la actual región de Castilla – La Mancha de 34863, la Federación de trabajadores de la tierra de la UGT tiene en Toledo 16497 afiliados, prácticamente la mitad.
Los datos en las tres elecciones a Cortes en la provincia de Toledo durante la II República son los siguientes. De los diez escaños en juego, en 1931 son 4 para los socialistas, 2 para los radicales, 2 para los radical – socialistas y 2 para Acción Nacional; en 1933 la CEDA obtiene 8 y los socialistas 2; en 1936 se dan estos resultados: 6 escaños para la CEDA, 2 para Izquierda Republicana, 1 para los Agrarios y 1 para los Tradicionalistas. Las derechas triplican en sus resultados a los partidos de izquierda.
El golpe de julio del 36 va a acabar con las esperanzas, con las insatisfacciones, con los avances, con las reformas inconclusas, con las incertidumbres, con las aspiraciones a un mundo mejor, al que se debía llegar a prudentes pasos o, según quienes y en qué, a pasos de gigante. El golpe va a llevar a la sinrazón mayor, al cataclismo de la guerra, que unos llaman civil y otros llaman, simplemente, nuestra: a veces los posesivos no implican posesión, afinidad o simbiosis, sino lo contrario. Para unos, nuestra guerra llevó a nuestra victoria, para otros nuestra guerra llevó a nuestra derrota, pero para la mayoría nuestra guerra nos llevó a lo más hediondo de lo humano. Sucedió, pero ojalá no hubiera sucedido: esa idea subyace en los que la padecieron y aún viven entre nosotros. Por desgracia, las ucronías son simples quimeras.
El paso de los años va atemperando los sentimientos. A cada generación que la vivió en crudo y desaparece le sigue otra que cada vez la ve más lejana. El conocimiento de la Historia y de nuestras historias es positivo y obligado, pero a veces son necesarias cierta asepsia y cierta lejanía. Análisis, confesión, perdón, expiación…, la mejor manera de no olvidar jamás es constatar que nuestro pasado tiene muchas luces y muchas sombras y no se puede cambiar, pero nuestro esfuerzo ha de estar encaminado a asegurar un futuro cada vez más próspero y límpido. Ese fue el camino que iniciaron los alemanes y los franceses tras la II Guerra Mundial (¿Acaso nuestros hermanos de Lavernose – Lacasse no habrán digerido el estar dentro de la Francia de Vichy durante la ocupación nazi y ser, a la vez, nido de colaboracionistas y zona de acción del maquis y de las FFI?)
Tras el levantamiento de julio del 36, caer en una zona u otra fue puro azar. San Bartolomé de las Abiertas quedó en la llamada zona roja, y ahí se mantuvo hasta el final de la guerra, con un frente prácticamente inalterable, a mitad de camino entre Talavera y nuestro pueblo. Esta inalterabilidad supuso que el pueblo no fuera en exceso castigado, a excepción de algún bombardeo sin graves consecuencias.
Sin embargo, esa proximidad al frente supuso una fuerte presencia de militares, que algunos protagonistas de ese tiempo cifran en hasta 5000 hombres. Un cálculo sin duda exagerado, pero perdonable, pues de niño todo se ve más grande. Sin duda, a aquellos niños esta presencia y la guerra misma pudieron parecerles, en principio, un juego. Juego que terminó cuando vieron que sus familiares se incorporaban a filas y el saco y el chupete pasaron, de ser aquello que llevaba un hombre muy malo que los asustaba y aquella teta de goma, a ser el nombre de dos quintas; el juego terminó al tiempo que, de forma inconsciente, empezaron a oír a hablar a sus mayores de avances o retrocesos, de la Quinta Columna y el Quinto Regimiento, de partes de guerra; el juego terminó cuando ciertas misivas cada vez tardaban más en llegar y, al final, dejaron de hacerlo.
Lo peor de la guerra fue la brutal represión. En la zona roja, o sea, en nuestro caso, fue doble. Aquel largo verano del 36 fue testigo de ajusticiamientos injustificados e injustificables, tanto como lo fueron los que habrían de llegar tres primaveras después. Delaciones, simples señalamientos con el dedo, envidia, venganza, penas capitales sin juicio o con juicios de opereta…, todo lo más bajo del Hombre.
Acabó la guerra. Llegó la paz. O llegó la victoria. O llegaron las dos. O no llegó ninguna. Cada cual lo vivió y lo sintió a su manera. Lo que sí llegó para todos fue la posguerra.
Puede parecer una paradoja la afirmación de que la posguerra es peor que la guerra misma, pero sucedió así. Durante la guerra, la presencia de militares en San Bartolomé de las Abiertas supuso la presencia de un pequeño hospital de campaña, del que se aprovechó la población civil; como lo hará de la propia intendencia militar. Esos beneficios acabarán con la guerra. En los años del hambre todo valía: moras, hierbas, algarrobas, cardillos, espárragos, romanzas… Se formalizó el racionamiento, y la escasez de productos para una razonable alimentación llevó al estraperlo. Naturalmente, no todos sufrieron la penuria por igual.
A las familias marcadas con anterioridad se unirán otras. La cárcel, el exilio, la repetición del servicio militar contribuirán a un gran desánimo moral. Pero, como dicen nuestros veteranos, la vida siguió, porque al hambre, la pobreza y las largas jornadas de trabajo mal remunerado la gente antepuso la solidaridad y la infinita esperanza en un mundo mejor.
Nuestro motor económico, el campo, estaba deshecho. Baste para demostrarlo este dato: el propio Consejo de Economía Nacional calcula, en 1950, un declive en la producción campesina de un 22% frente a la media de 1929 – 1931, declive que aún había sido mayor en los años cuarenta. Este capítulo de la historia económica es, también, un trozo vivo de la historia social de la época. A la causa, ya tantas veces citada, de la guerra habrían de añadirse las prolongadas sequías de 1943 a 1951.
Por mucho que cíclicamente se busquen soluciones, el problema del campo español es endémico: tierras sin hombres, hombres sin tierras y tierras donde la gente se amontona. Como no nos llegó el Plan Marshall, debimos hacer nuestros propios planes. Fueron los llamados Planes de Desarrollo, impulsados por ley en 1952 y llevados a cabo en un plazo de tres quinquenios. Dichos planes llegaron de lleno, por ejemplo, a Zaragoza, Jaén , Cáceres o Badajoz, pero ni rozaron nuestra provincia o nuestra localidad.
En nuestro pueblo el número de pequeños propietarios agrícolas era pequeño y el de latifundistas, más pequeño todavía. La mayoría eran jornaleros. A esta abundancia de mano de obra le correspondía un bajo salario. La mecanización del campo, que, que se sepa, no produjo ningún tipo de ludismo, tuvo dos efectos de signo contrario: la drástica reducción del número de jornaleros y cierta (o incierta, según se mire) estabilidad y aumento de salarios para los pocos que quedaron.
Pasemos a los datos demográficos y a su evolución en la cincuentena 1930 – 1980. Nuestro pueblo tiene 1739 habitantes en 1930, baja a 1537 en 1940 y llega a su máximo histórico con 1988 habitantes en 1950. De ahí se produce un descenso continuado y vertiginoso, con 1658 en 1960, 887 en 1970 y 584 habitantes en 1980.
El descenso del 12% en la década 1930 – 1940 se debe, no tanto a la guerra, como a la baja natalidad: no fueron, en buena lógica, buenos tiempos para tener hijos. En la década 1940 – 1950 la población aumenta un 30%. De 1950 a 1980, San Bartolomé de las Abiertas pierde 1404 habitantes, esto es, un 70%.
La mecanización del campo y la total ausencia de industria empujan a los bartolos a migrar. Madrid será el destino de la mayoría de ellos, pero también lo serán Francia, Suiza y Alemania. Entre ambas migraciones habrá una diferencia fundamental: para los primeros fue una marcha definitiva, mientras que para los segundos fue temporal. Algunos, sin embargo, se marcharán dos veces: primero a Europa y luego a la capital
De jornaleros pasan a la construcción, los más, y la industria (sobre todo, a Butano), los menos. Unos atraen a otros, los enchufan. Villaverde, Vallecas, Carabanchel, Aluche, Móstoles, Alcorcón, Parla o Fuenlabrada, da igual, todos viven en Madrid. Y sus hijos, no sólo vivirán en Madrid, serán de Madrid.
Este proceso creará una interrogante que, quizás, aún siga flotando en el ambiente: ¿Quiénes fueron más valientes, los que se fueron o los que se quedaron? Poco importa; el caso es que sucedió así. Fue un acto imperativo. La sociedad es un mecano cuyas piezas, a menudo, son colocadas a su antojo y albedrío por las manos de la economía. La ciudad absorbe la mano de obra que necesita al mismo tiempo que el mundo rural expulsa a quien sobra.
El desarrollismo de los años sesenta traerá a nuestro pueblo los primeros coches, los primeros televisores o los primeros teléfonos. Con calma, con mucha calma, los bartolos irán acercándose a su ritmo a los beneficios del progreso. Pero lo más urgente era solucionar el problema del agua. De los pozos se pasa a las fuentes y de éstas, al agua en las casas. De los regueros de aguas sucias que corrían por el centro de las calles a la red de alcantarillado, obligatoria para una higiene correcta, también hubo un largo camino. Al alcantarillado le seguirá el asfaltado de las calles. Este intento de hacer más habitable nuestro pueblo se alargará en el tiempo treinta y cinco años, de 1950 a mediados de los ochenta. Todo ello supuso un gran esfuerzo económico de los bartolos y del Estado, pero la dignidad o tiene precio.
No sería justo decir que en los últimos treinta años no se han producido grandes mejoras en San Bartolomé de las Abiertas, pero todo quedó asentado en la época ya dicha. La demostración de ese ajuste en nuestro pueblo es la evolución de su población: de los 584 habitantes en 1981 se pasa a una media de 472 entre 1991 y 2006 y los 548 en 2015.
En la actualidad, una simple observación de la pirámide de población de nuestra localidad nos lleva a constatar una moderación en el envejecimiento de la misma. Los niños de 3 a 12 años escolarizados en el curso 2014 – 2015 en nuestro colegio son 52, lo que supone un 9,5 % de nuestra gente.(Recordemos que Madoz, a mitad del siglo XIX, cifra en 50 el número de niños que asisten a la escuela, casi un 10,5 %). En la enseñanza secundaria obligatoria, ESO, hasta los 16 años, son 18 los alumnos que asisten a un Instituto de Talavera de la Reina.
He aquí los datos de lo que en la actualidad se denomina tejido productivo (curioso y rebuscado neologismo). A la agricultura y la ganadería se dedican unas 12 personas; si bien habrá que tener en cuenta que temporalmente, para ciertas tareas, es necesaria más mano de obra, por ejemplo para la recogida de la aceituna. Hay 6 albañiles. A la herrería, tanto tradicional y artesanal como industrial, se dedican 16 personas. En el sector de la carpintería hay ocupadas 10 personas. Hay 4 pintores. A la hostelería están dedicadas unas 10 personas. Al comercio (dos tiendas, panadería y carnicería) se dedican 8 personas. Tenemos estanco, farmacia y dos sucursales de cajas de ahorros, que ocupan a 5 personas. Naturalmente, estos datos son cambiantes; la temporalidad es directamente proporcional a la crisis: así es en todo el país y, cómo no, en nuestro pueblo.
A los anteriores habrían de sumarse los que viven en el pueblo y trabajan fuera, sobre todo en Toledo y Talavera e, incluso en Madrid (durante el boom de la construcción fueron bastantes los que se aprendieron de memoria el trayecto desde nuestro pueblo a la capital y su retorno).
Para la economía de nuestro pasado cercano y también para la actual hay que resaltar el peso que tienen nuestros forasteros. Muchos de ellos tornaron al pueblo tras su jubilación y, necesariamente, crearon un nuevo vínculo con sus descendientes, que se traduce en periódicas visitas los fines de semana y en más largas estancias durante los meses de verano. Algunos hijos o nietos de aquella emigración de los sesenta también han optado por levantar aquí su segunda residencia. A ellos se debe, en gran medida, la restauración y acondicionamiento de las antiguas casas familiares y la creación de obra nueva.